Apoyada por el programa Buen Vecino de División Andina, la Orquesta cuenta en la actualidad con más de 120 niños y adolescentes y una larga lista de espera. Además de practicar y aprender música, allí se comparten sueños y valores.
Cada día, en el corazón
La Orquesta Sinfónica Infatil de Los Andes en una de sus presentaciones este año. |
de la ciudad de Los Andes, a pocas cuadras de las oficinas de la División Andina de Codelco, más de 120 niños, niñas y adolescentes, entre 6 y 17 años, se reúnen para estudiar música y ensayar en una gran orquesta infantil.
La Fundación Orquesta Sinfónica Infantil de Los Andes es el lugar que alberga a los jóvenes músicos, quienes dan rienda suelta a sus talentos artísticos. El proyecto surgió en 2007, gracias al apoyo de Codelco y al empuje de algunos profesionales de la música, encabezados por Mario Brignardello, director de la agrupación. Hoy tienen una alta demanda de conciertos y cada presentación es decidida por un directorio, conforme a lineamientos comunitarios de la División.
Una larga lista de espera refleja el éxito de la Fundación, pero los cupos se abren sobre la base de la cantidad de instrumentos disponibles. Desde su creación han pasado por allí más de 350 niños. Los 114 del primer grupo, que comenzó a trabajar el año 2008, fueron escogidos entre cerca de mil postulantes, de quienes permanecen unos 70 y se han convertido en la columna vertebral de la Orquesta.
Para ingresar, no es necesario que los niños y niñas tengan conocimientos musicales, basta con lo que traen del colegio. “Aquí aprenden muy rápido de música”, señala Brignardello. Ensayan de lunes a viernes, todas las tardes, y reciben clases teóricas y prácticas, individuales y grupales. Se les da alimentación y son apoyados por un grupo de profesionales, incluidos 5 profesores de música y una asistente social. Su actual sede –la anterior fue dañada por el terremoto- cuenta con varias salas, para que los profesores puedan trabajar con cada alumno, en forma individual, o por grupos. Además, tienen un salón más grande, para los ensayos con todos. “Ahora estamos en época de conciertos por lo que tenemos muchos ensayos en ese lugar”, dice el director.
Brignardello venía trabajando en proyectos de educación musical para niños desde que se desempeñaba como primer viola en el Teatro Municipal de Santiago. Con estudios en la Conservatorio de Música de Viña del Mar y un perfeccionamiento en Alemania, el camino lógico para él era convertirse en solista de la Orquesta Filarmónica de Santiago. Pero tenía una inquietud: quería armar un proyecto que además de buena educación musical, brindara ayuda en lo social. Para eso necesitaba fondos y un respaldo potente. “En esa búsqueda, un alumno de Los Andes me planteó la posibilidad de conversar la idea con la División Andina de Codelco. Lo hicimos, hablamos con muchas personas, y finalmente don Daniel Trivelli, gerente general de aquella época, se entusiasmó con el proyecto. Así partimos”, relata.
El director vio en Codelco a una empresa que, además del aporte económico, le podía entregar “las redes de vinculación con las comunidades aledañas, en este caso a Los Andes, lo que para un proyecto de estas dimensiones ofrecía una oportunidad única e inigualable, incluso a nivel nacional”, según dice. Y con ese respaldo, tomó la decisión de dedicarse por completo a este proyecto; “al cabo de casi tres años, no estoy arrepentido”, asegura.
Sobre la labor realizada en Fosila, Brignardello la define como de integración más que de apoyo social, porque “no estoy tan seguro de que nosotros podamos solucionar gran parte de los problemas económicos, sociales o culturales que arrastran nuestros niños. Nosotros no solucionamos la pobreza, en ningún caso”, confiesa. Aclara que lo que buscan es más bien abrir nuevas oportunidades para el desarrollo de los muchachos.
En ese sentido, el director enfatiza que “esto no es una academia de música o un conservatorio, es una orquesta y los niños vienen a ensayos como si fuesen músicos profesionales”. Explica que una orquesta es como una empresa, con jerarquías y rangos y diferentes áreas, y para que suene bien y cumpla su cometido sus integrantes deben trabajar en conjunto y no sólo seguir a un director. “Esta analogía con la vida sustenta el que seamos tan eficaces en este programa, donde hay niñas y niños de escasos recursos, y también hijos de ejecutivos de Andina, y se produce la integración”, acota.
“El aprendizaje musical es casi un excusa, podría ser cualquier otra disciplina, pero da la casualidad que la orquesta ofrece muchas alternativas. La música clásica ofrece la oportunidad de que cada niño pueda desafiarse a sí mismo y el aprendizaje tiene que ver también con ser parte de un organismo complejo, integrado no sólo por muchos niños, sino además por muchos instrumentos, diferentes sonidos, diferentes roles”, reflexiona Brignardello.
La experiencia que los niños viven en la orquesta, inevitablemente beneficia a su entorno, generando una nueva forma de vivir. “Hay una pequeña brisa de aire fresco en familias que viven una desigualdad continua y no ven mucha luz. Creo que la orquesta ha ido abriendo espacios en el ámbito afectivo y en el social”, resalta el director.
Este año será la primera vez que alumnos de la Fundación egresen de la enseñanza media y a ellos mismos les toca decidir si continúan o no. “No se les obligará a irse por cumplir determinada edad, ya que el proyecto contempla que puedan seguir viniendo y acompañando a los más chicos”, afirma el director.
El proyecto de la Fundación ha ido creciendo y madurando. Hoy tienen tres grandes áreas: educativa, social y artística. “Pasamos de ser una orquesta niños que se juntaban a tocar a ser una orquesta formal, que tiene un gran repertorio y trabaja como tal. Tradicionalmente las orquestas infantiles se juntan a ensayar una o dos veces por semana, como mucho, nosotros acá trabajamos todos los días. Y nuestro proyecto ha abierto otra veta relacionada con la sensibilización cultural en una zona donde no hay mucho”, afirma Brignardello.
La voz de los protagonistas
Macarena Aguayo, 17 años, 3° Medio: “Para mi, estar haciendo lo que me gusta y gratis es muy importante; estoy pensando estudiar música después. Yo tocó el violín que me regalaron mis abuelos, y mi mamá me ayudó a buscar un lugar donde practicar y aprender. Un profesor en mi colegio me dijo que existía esto y aquí estoy. Más que tocar, me gusta la gente que hay acá, que es muy acogedora, son todos amigos y no hay malos ratos. He ido a muchos conciertos y es una sensación súper especial; uno se emociona mucho cuando ve a la gente aplaudiendo, es muy bonito sentir eso”.
Catherine Castillo, 10 años, 5° Básico: “De la orquesta fueron a mi escuela a dar una información y ahí me inscribí. Lo que más me gusta de venir acá es tocar, porque me gusta mucho la música y también compartir con mis compañeros. La orquesta es muy importante para mi y vengo todos los días a ensayar”.
Vicente Salas, 12 años, 6° Básico: “Es un orgullo ser parte de esta orquesta, que igual es reconocida en Los Andes. Yo llegué gracias a un profesor, las clases que yo tenía se iban a acabar y él nos dijo que viniéramos a esta orquesta. Lo que más me gusta es aprender a tocar mi instrumento y a conocer a la gente. Además hemos podido viajar distintos lugares a tocar, como resorts y hoteles”.
Simón Rojas, 8 años, 2° Básico: “Me gusta todo de la orquesta y yo tocó la percusión, que aprendí acá. Me gusta mucho venir y me gustan los conciertos. Llevó un año acá y cuando grande me gustaría ser músico y de la PDI, hacer las dos cosas”.
Melisa Rojas, 10 años, 4° Básico: “Desde que era chica me gusta la música y mi mamá descubrió esta orquesta y me puso acá. Yo no sabía nada de música, lo único era la flauta que aprendí en el colegio y aquí aprendí a tocar el violín. Me gustan los niños más grandes, siempre nos ayudan y son súper simpáticos”.
Ana Karen Muñoz, 16 años, 2° Medio: “Me encanta la música y ser parte de lo que tocan los niños. Me contó un amigo de esto, me entusiasmé y vine a preguntar si podía entrar; sólo sabía tocar flauta y un poco de guitarra y acá estoy aprendiendo a tocar la viola; sentir que puedo llegar a ser parte es algo muy satisfactorio. Compartimos mucho todos los niños de distintas edades, por lo general la convivencia es súper buena”.
Patricia Cabrera, apoderada: “Estoy muy orgullosa de ver cómo mi hija va progresando día a día. Hemos visto la metamorfosis de los niños, cuando empezaron apenas podían hacer sonar sus instrumentos y ahora tocar como lo hacen es un gran orgullo para todos. Estamos muy agradecidos, ya que sin el apoyo de esta fundación no sería posible cumplir el sueño de mi hija”.