Aunque no nos damos cuenta, vivimos rodeados de microbios. Se estima que en el planeta existen unos 5 quintillones de bacterias (este número es un 5 seguido de 30 ceros). Sólo en nuestro cuerpo hay más microorganismos que las células que forman los tejidos. Hay millones de ellas en cada centímetro cuadrado de superficie que habitamos, en cada gramo de alimento que consumimos, en cada gota de agua que bebemos.

La gran mayoría de estas bacterias son inocuas para el ser humano, gracias al sistema inmune del cuerpo, que reconoce y destruye a los organismos extraños que intentan ingresar a él. Sin embargo, existen especies y cepas bacterianas capaces de causar molestias, enfermedades e incluso la muerte. Millones de personas fallecen anualmente por enfermedades provocadas por infecciones bacterianas. El uso abusivo de antibióticos ha conducido al desarrollo de cepas cada vez más resistentes y la búsqueda de nuevos compuestos capaces de detener una infección es un objetivo primordial de la industria farmacológica.

Uno de los focos de propagación de cepas bacterianas agresivas son los recintos hospitalarios. Sólo en Estados Unidos hay anualmente unos 2 millones de casos de infecciones intrahospitalarias, de los que cerca de 100 mil tienen como resultado la muerte. Estos brotes infecciosos hospitalarios significan un gasto adicional de alrededor de 5 billones de dólares anuales en el presupuesto de salud de ese país.

A pesar de las precauciones de aseo e higiene rutinarias en estas instituciones, trazas de bacterias pueden sobrevivir por largo tiempo sobre determinados materiales (plásticos, aceros inoxidables), esperando la oportunidad para multiplicarse en un medio apropiado.

Aunque los usos médicos del cobre se remontan al antiguo Egipto, las primeras evidencias científicas de sus propiedades bactericidas fueron presentadas a comienzos de la década del 80. Se encontró que mientras en pomos de puertas de acero se podían detectar cantidades importantes de bacterias, no sucedía lo mismo en pomos de bronce (una aleación de cobre y zinc). A partir de esta observación, se ha acumulado un número importante de estudios comparativos sobre la tasa de sobrevivencia de diversas especies bacterianas en superficies de cobre puro, aleaciones de cobre, acero inoxidable y plástico.

EL DICTAMEN DE LOS INVESTIGADORES ES INCONTROVERTIBLE: EL COBRE ES UN EFICAZ AGENTE ANTIBACTERIANO Y SU RANGO DE ACCIÓN ABARCA LOS TIPOS DE BACTERIAS DE MAYOR IMPACTO EN LA SALUD PÚBLICA.

El foco más activo de investigación en este tema está en la Universidad de Southampton, en el Reino Unido, bajo el liderazgo del doctor Bill Keevil. Sus resultados han sido confirmados ampliamente por un equipo del Hospital Académico de Tygerberg, en Sudáfrica, donde se está investigando la posibilidad de usar cobre para combatir la tuberculosis.

Hace algunos años que estos esfuerzos están siendo apoyados por la Asociación Internacional del Cobre, de la que Codelco es miembro fundador. Además, la Corporación está impulsando la realización de una prueba piloto en un hospital chileno. Este estudio se sumará a varios ensayos pilotos en diversos países, en que se comparará el crecimiento bacteriano en recintos con materiales convencionales (acero, plástico) con recintos en que gran parte de las superficies de contacto son de cobre o sus aleaciones.

El cobre ha sido, por mucho tiempo, un material arquitectónico de gran prestancia y lucimiento, debido a su atractiva coloración y por tener un envejecimiento muy estético. Es posible que en el futuro cercano se sume a estas características el ser un material sanitario e higiénico, haciendo una contribución muy palpable a la salud humana.