Sin duda, el protagonista de esta historia jamás imaginó las pasiones y desventuras que desataría la decisión que tomó esa mañana, hace unos 1500 años, cuando emprendió una larga caminata en busca de su fuente de sustento.
Quizá fueron varias las jornadas de marcha, pero finalmente alcanzó su objetivo. Recorrió con la mirada las faldas de unos cerros que le parecían familiares, hasta que dio con la perforación que recordaba, el acceso a una de las ricas vetas de cobre de caracterizan la región. Con determinación y cargando sus herramientas (un martillo de piedra y madera de tamarugo, una pala, un capacho, una cesta de cuero), descendió al pique. No era su primera vez y aunque llevaba poco tiempo dedicándose a la minería, tampoco era el pique más profundo y arriesgado en el que se había aventurado. Confiando en la resistencia de los muros de piedra, usando todas sus energías comenzó a golpear con sus herramientas las fisuras de la veta tratando de extraer el mineral de mejor calidad. La jornada apenas había comenzado cuando la montaña lanzó un violento quejido. El solitario minero sintió el rugido de la roca al derrumbarse. Todo ocurrió demasiado rápido y antes de que el hombre pudiera escapar, la entrada al pique se desmoronó, cerrándole el paso.
Pasaron mil años. En 1536 Diego de Almagro iba de regreso al Cuzco cuando encontró a los descendientes de ese desafortunado minero. Mientras él yacía bajo la roca y el cobre penetraba poco a poco en sus tejidos, sus sucesores aún extraían y procesaban el mineral, cada vez con mayor pericia, y en las riveras del Río Grande ayudaron al conquistador español dotando de nuevas herraduras a sus agotados caballos.
Transcurrieron otros 450 años. En octubre de 1899 en Chuquicamata, unos mineros encontraron algo totalmente inesperado: un antiguo colega momificado. Lenta e incesantemente, durante un milenio y medio, el oxicloruro de cobre había ido recubriendo la piel del pirquinero precolombino, preservándolo y dotándolo de su característico color verde. El descubrimiento se transformó de inmediato en motivo de disputa. W.M. Matthews, el dueño de la mina, consideraba que el cuerpo era de su propiedad. Pidot, arrendatario francés de la explotación, alegaba con astucia que ya que la momia era en parte de cobre, era suya. El norteamericano Edward Jackson ofreció la no desdeñable suma de 500 pesos de la época. El escocés Norman Walker, uno de los pioneros de la minería en Chuquicamata, ofreció hasta 2000 pesos. Finalmente, tras un año de disputas entre Pidot y Matthews, la momia fue vendida al señor Toyos, dueño de la mina Rosario del Llano, que rápidamente se asoció con Jackson. Hermógenes Pérez de Arce, ex editor de El Mercurio de Valparaíso, entusiasmado ante la posibilidad de un lucrativo negocio, llegó a un acuerdo con Jackson para montar una exhibición en Valparaíso. Ésta resultó todo un éxito de público y fue replicada en Santiago, sin embargo Pérez de Arce nunca le pagó a Jackson lo convenido. Fue entonces cuando Jackson tomó la decisión de vender la momia.
En esa época, con el auge de la egiptología y de las ferias de fenómenos, las momias eran muy populares en todo el mundo. Torres y Tornero, un par de distinguidos señores de Valparaíso, sintieron que tenían la posibilidad de hacer un gran negocio internacionalizando la corta carrera de la momia de Chuquicamata y formaron una sociedad para comprársela a Jackson y Toyos. Era 1901 y casualmente en la ciudad de Buffalo, New York, se realizaba una gran exposición Panamericana que era la vitrina perfecta para su recién adquirida y aún impaga maravilla. Tuvieron que mover todas sus influencias para conseguir a última hora un espacio en el pabellón chileno, pero su presencia no pasó desapercibida y se transformó en un pequeño éxito, según da cuenta la prensa local de la época. Incluso hay indicios de que la "Mujer Petrificada" (por entonces se consideraba que la momia era de una mujer) fue exhibida en alguno de los populares circos de curiosidades de la época. Pese a su relativa notoriedad, para poder seguir sosteniendo su estilo de vida en Estados Unidos, Tornero y Torres se vieron obligados a pedir un préstamo a Hemenway & Co usando como garantía la propia momia. Dado que los socios fracasaron en encontrar un comprador y pagar su deuda, la empresa no tardó en embargarla.
Mientras tanto, Jackson y Toyos contrataron un representante para que viajara a Estados Unidos en busca de los empresarios, consiguiera el dinero adeudado o rescatara al milenario minero. En Estado Unidos, este emisario de apellido Docekal decidió hacer negocios por su propia cuenta y llegó a un acuerdo con Hemenway & Co para recuperar el espécimen a cambio de $10.000 dólares. Una vez que tomó posesión de la momia y antes de pagarle nada a nadie, Docekal la volvió a vender y se hizo humo. No se volvió a saber nada de la momia de Chuquicamata hasta que en 1905 el acaudalado J.P. Morgan la donó al American Museum of Natural History de New York, donde el Hombre de Cobre encontró por fin descanso y un hogar permanente.
Desde su hallazgo, eminentes naturalistas como José Toribio Medina y el arqueólogo Junius Bird realizaron descripciones del espécimen. Este último publicó en 1979 el primer fechado radiocarbónico de los restos del Hombre de Cobre, que permitió situar su antigüedad en torno al 550 DC.
El análisis más reciente del famoso minero, informado por la antropóloga Angelique Corthals en 2012, arrojó algunos nuevos antecedentes y confirmó observaciones previas. El sujeto que hace unos 1500 años murió en Chuquicamata mientras practicaba labores mineras era un hombre de unos 25 años. Se presume que sobrevivió ileso al colapso del túnel donde trabajaba y que probablemente intentó usar sus herramientas en busca de una salida, pero se quedó sin oxígeno y antes de morir cayó inconsciente debido al CO2 emitido por su propia respiración. No presentaba ni en la piel ni en el esqueleto huellas de estrés ocupacional, lo que lleva a considerar la posibilidad de que fuera un minero primerizo u ocasional, quizá un trabajador migratorio. El increíble estado de conservación en que fue hallado se debe a la aridez del desierto pero también a las propiedades antibacterianas del cobre que recubrió su cuerpo y evitó que los tejidos blandos desaparecieran a merced de los microorganismos.
Una de las viejas ambiciones de Codelco ha sido traer de vuelta a Chile al Hombre de Cobre. Desde hace años se han hecho gestiones a todos los niveles para sondear esta posibilidad e incluso en 2016 la cámara de diputados aprobó iniciar las gestiones oficiales para su repatriación.
Sin embargo, repatriar al primer minero de Chuquicamata no es una decisión para tomar a la ligera. Por un lado, siempre está en juego la conservación de la momia. Mover un espécimen de este tipo no es sólo tremendamente delicado y costoso, también es muy arriesgado y sin lugar a dudas resultaría en algún grado de deterioro. También es relevante considerar que su hogar actual es uno de los museos con mayores recursos, mejores instalaciones y con una dotación permanente de científicos altamente calificados. El American Museum of Natural History de la ciudad de New York ha preservado por ya más de un siglo al Hombre de Cobre y mientras permanezca ahí su conservación está asegurada para que las futuras generaciones puedan seguir apreciándolo. No se puede ignorar el hecho de que al día de hoy esta increíble momia se ha transformado en un embajador de Chile, que desde uno de los museos más importantes del planeta da cuenta de la larga historia de la minería del cobre.
Todos estos factores no implican que este ejemplar único no pueda eventualmente encontrar su hogar definitivo en Chile, su país de origen. Proteger este importante patrimonio es una obligación con nuestra historia, con los pueblos originarios y con nuestra minería.